NAVIDAD CONTROVERTIDA (por miembros de AEM)

23.12.2022

Queridos lectores, 

Tengo el orgullo y el placer de compartir con vosotros este relato encadenado que hemos escrito compañeros de la Asociación de escritores de Madrid (AEM) con motivo de la Navidad. 

Gracias Luis, Margarita, Susana, Pilar, Carmen, Val, Ana, Mercedes, Ciri, Belén, Dores y Julia

Y aquí va nuestro relato:

Una mañana gélida me despierto sin oír la molesta alarma del móvil. Los rayos del sol entran tímidamente por la ventana proyectando una luz tibia del invierno recién nacido. Hoy, es 24 de diciembre.

¡Qué sorpresa! Al abrir la ventana veo una niebla que cubre el firmamento y ese olor a leña que sale por las chimeneas de las casas colindantes, ese espíritu de Navidad que cargado de magia se acerca por el camino. Me llega también un agradable olor a café recién hecho, mientras mi mirada se pierde por el sendero cubierto de nieve. Imagino a niños felices esperando impacientes los regalos, de cualquier tamaño, de cualquier color. Me asomo de nuevo a la ventana y, a lo lejos, en lontananza vislumbro una sombra que se acerca poco a poco. ¿Será, Natalia, que vuelve a pasar esta fiesta conmigo?

Cuántas veces he soñado con su regreso. Sería un sueño celebrar las fiestas con ella. La vida nos separó en una distancia insoportable. Volver a sentir su calor, el aroma de su pelo recién lavado, la mano fina, los dedos largos de pianista, risas y confidencias en aquel apartamento del barrio, pequeño, pero que exhalaba amor en cada rincón. Sigo atisbándola. No puedo despegarme de esta sombra que me persigue e impide que huya.

Las noches son cada vez más largas, no descanso y continúo sin poder levantarme de la cama. Tengo miedo a que la sombra vuelva a interceptar mis pasos y me lleve, otra vez, a ese lugar sombrío y lleno de imágenes ingratas. Pero sé que una Nochebuena más mi corazón se abrirá de nuevo. Estaré con los míos, abrazando a los que se fueron. La sombra del dolor se evaporará con los buenos deseos. Sé que tengo tanto amor por regalar, como bellos son los recuerdos.

Entrelazo pensamientos en el aire que respiro. En un vacuo rincón de mi ser queda preso un sentimiento indolente. ¿Seré capaz de perdonar, de perdonarme a mí también, de confrontar mi lucidez con el llamado destino? He ahí la sutileza de una temprana envidia; querer saber más de lo aprendido. A través del cristal empañado distingo su figura. ¡Natalia! Aparece envuelta en la niebla como si fuera una ensoñación. Me pregunto si, tal vez, lo será. Si es mi imaginación la que la trae de vuelta. O si regresa para calmar el dolor que se instaló hace un año cuando no supimos ver quién nos acechaba. Otra vez me atrapa esa sensación de angustia que me ha perseguido todos estos meses, desde que las pasadas fiestas la encontré muerta frente al árbol de Navidad.

Desde entonces mi vida ha sido un verdadero infierno; el espíritu de alegría y fraternidad que corresponde a esas fechas del año se esfumó cuando la policía me puso las esposas para meterme a la fuerza en el coche, porque yo era el primer sospechoso. El destino me jugó una mala pasada y, ahora, quiere robarme la libertad. Todas las pruebas convergen en mi persona.

¡Yo, NO lo hice!

Pero el miedo a aquella sombra maldita me paralizó y... podría haberlo evitado. Natalia, no sé si llegarás a perdonarme. Hay reacciones inexplicables, el miedo paraliza. Te juro, Natalia, intenté detenerle, pero no lo conseguí. Mis músculos, tensos, no respondieron. Un estado cataléptico se apoderó de mí.

-¿Sabes, Natalia? Mi vida finalizó al mismo tiempo que la tuya; murió contigo.

Respiro, pero estoy muerto. No quiero dormir porque, en ocasiones, esa sombra se funde conmigo y soy yo quien te quita la vida. El que debía haberte proporcionado todas aquellas navidades perdidas de tu miserable infancia. En ese estado de enajenación vienen a mis recuerdos las memorias que me contabas cada 24 de diciembre, cuando entre juegos y caricias, juntos y expectantes, muy felices, hacíamos el encendido de nuestro árbol de Navidad.

Siempre recordando la niñez ingrata, en la que no supiste hasta los nueve años lo que era una celebración navideña. Entonces, la casa tenía el aroma de los espaguetis con salsa de tomate de tu madre. Ella había aprendido a hacer la masa con tu abuelo, que era italiano. Solo en raras ocasiones, se presentaba en la mesa con un puñado de caramelos de colores y variados sabores. Dilucidabas si podía ser aquello la Navidad de tu pobre hogar. Años más tarde, en la casa de unos señores ricos, quedaste deslumbrada ante un gran árbol con sus bolas de colores y paquetes de regalo con bellos envoltorios. Bajo el abeto, con hilaridad, rompías esos paquetes a los niños de la familia a quien servías. Como niña que eras te lanzaste a por el tuyo, porque habías oído que Papa Noel no se olvidaba de ningún pequeño, fuera rico o muy humilde. ¡Pobre, Natalia mía!

Así paso aquí cada jornada desde entonces. No tengo capacidad para discernir la realidad de la ficción. Soy un ser atormentado incapaz de afrontar la Nochebuena, inmerso en sentimientos contradictorios. No salgo de las cuatro paredes que me rodean desde hace tanto tiempo... que no sabría concretar fechas. Esta ventana que da a un jardín tan bello me produce miedo con los barrotes. Y estoy cansado de ver las mismas caras, día tras día.

Un secreto, lo cuento en voz baja: «me han dicho esta mañana que vamos a degustar una cena muy especial. Platos sabrosos que no comemos ningún día el resto del año. ¡Eso, sí! Con la condición de que los que quieran participar tomen antes, sin protestar, las medicinas que traigan los criados con el vasito de agua. Estarán pendientes de que no hagamos trampas; que no dejemos las pastillas en un lado de la boca para después, a escondidas, tirarlas.

Nos vestiremos bien para la ocasión. Nada del pijama de estar en casa con el que siempre andamos por aquí. No, no. Hoy nos pondremos lo más guapos posible. Y ellos, los vasallos del palacio no llevarán las batas blancas del uniforme. Se van a poner gorros de Papá Noel y traje y corbata, los hombres, y vestidos muy bonitos, las mujeres».

¡Ves, Natalia! ¡Al final lo vamos a pasar muy bien estas fiestas! ¡Juntos! ¡Te quiero tanto! ¡No falles! ¡Te espero a las nueve de la noche! ¡Todo estará preparado!


¡QUE TODOS VUESTROS DESEOS SE HAGAN REALIDAD! ¡FELIZ NAVIDAD!